Una mirada enfermera a los derechos de la infancia

El mes de abril del 2016, el periódico El País en su sección internacional de noticias, nos hacía eco de un acontecimiento relevante para el modo en que algunos colectivos sanitarios atendemos la infancia en cualquiera de sus facetas: “Un niño de ocho años ha pasado 10 días retenido y solo en el principal aeropuerto de París.  

Según el texto que acompañaba el titular, el niño viajaba solo en el avión, con el pasaporte de un primo suyo. Parece que su madre lo enviaba a Francia, donde una tía suya debía recogerlo. Sin embargo, el viaje no sale como se esperaba: el niño llega al aeropuerto de Roissy-Charles de Gaulle de París, pero nadie conocido allí le espera. Lo que es aún más desalentador es que la madre del susodicho comunica, a las autoridades francesas que atienden al menor en un primer momento, que no puede hacerse cargo ya de su hijo, razón por la cuál lo ha enviado en estas condiciones desde las Islas Comoras del este africano. Y es cuando la justicia del país receptor responde que el niño ha de quedarse bien con sus familiares residentes o bien bajo la tutela de los servicios sociales parisinos. Nuestro ojo enfermero, protector, preventivo, preocupado, proyectado en el niño es, quizás, reflejo de una injusticia asociada a la falta de sostén y la descomunal distancia de los posibles referentes de seguridad y cuidado de un ser extraordinariamente vulnerable. ¿Cómo pensar la experiencia de un niño que viaja de un desamparo materno hacia un desamparo de figura de acompañamiento, cualesquiera que sea en su destino? ¿Podemos interpretar que el niño está solo desde que parte de África hasta que aterriza en París, aún con la intervención inmediata de las instituciones pertinentes? 

La polémica se desata con más prominencia con el llanto del niño, punto de inflexión para dudar más prolongadamente dónde ubicarlo, pero también para demorar su permanencia entre paredes y numerosas personas adultas, uniformemente vestidas, no demasiado cálidas por desconocidas. En este sentido, la asociación La Voix de L’Enfant (La Voz del Niño) denuncia la disposición tomada por el ministerio mediador: el niño transcurre, detenido, durante varios días, en el mismo lugar donde se retiene a los extranjeros no autorizados a entrar en territorio francés. En boca de esta asociación, la detención de un menor deber ser la última medida a aplicar y, en cualquier caso, éste debe estar separado de los adultos, especialmente de espacios hostiles o socialmente conflictivos, y en comunicación con allegados. Amén de que las autoridades francesas deben cerciorarse de la autenticidad de los documentos de identidad, ya que podría considerarse provisionalmente un secuestro.

Más allá del caso de este niño en particular, parece que la legislación francesa considera que tanto adultos y menores sin papeles en regla pueden estar retenidos durante 20 días hasta que se tome una determinación. Pero, ¿y ese niño? ¿Alguien le preguntó cómo se encontraba en ese momento? 

En 2014, según la radio Europe 1, se retuvo en aeropuertos a 259 menores que viajaban sin acompañante adulto. Francia es país de la Unión Europea, y está obligada a respetar las cláusulas comunitarias en relación al retenimiento de menores. Y los derechos de la infancia son inalienables e irrenunciables; así, ninguna persona ha de vulnerarlos ni desconocerlos. Recordemos el nido, dónde se cultiva el conjunto de derechos en aras de la protección a ultranza de la infancia: justamente en su disposición extrema contraria, en la esclavitud de niños del carbón y niñas prostitutas, huérfanos y de familias paupérrimas, los cuales viajaban cientos de kilómetros estadounideses para buscarse la vida. Quizás el niño de que hablamos aquí no tenga mucho que ver con los niños de principios del siglo XX que salvaron, dicho sea de paso, parte de la revolución industrial con la proliferación de fábricas en EEUU. Pero hemos de dejar claro un aspecto: el Orphan Train (Tren Huérfano) fue el experimento social que fomentó el transporte de niños de grandes ciudades a otras más pequeñas y deshabitadas para su levantamiento capitalista; y se empieza a hablar de derechos de la infancia tras la explotación y crecimiento al desamparo familiar de muchos de ellos.  

¿Es, la aplicación francesa de los derechos de la infancia, una inversión de la historia de la infancia de hace más de un siglo? ¿Quién es el responsable del devenir del niño que nos ocupa: su madre, su tía, Francia, él mismo…? ¿Cuántos niños levantaron, ellos solos, a sus familias? ¿Dónde les quedó su libertad, su proyecto, su entorno promovedor de vida? ¿Quién les cuidó? 

La realidad vulnerable que afrontan las niñas y los niños, cualesquiera que sea su lugar de origen, transición o destino, continúa, aún hoy, proyectado en este horizonte. Y esta mirada, muy a nuestro pesar, no está en una consciencia adecuada, suficientemente sensible y visceral; ni siquiera podemos llegar a imaginar, por perspicaces que resulten nuestros sentidos, el garabato de su devenir.

 

ENLACE DE LA NOTICIA

Deja un comentario